A medida que las empresas se recuperan de la pandemia, el control de los costes es la nueva prioridad. Por ello, el coste de la innovación se vigila más que nunca.
Puede que la innovación haya sido la palabra de moda más exagerada en el mundo empresarial durante la última década. Laboratorios de innovación. Centros de innovación. Directores de Innovación. Hasta hace poco, las empresas apostaban por la innovación a cualquier precio. La innovación era la base del éxito en el mundo empresarial y servía de referencia para medir las iniciativas de transformación digital.
Lo irónico es que, incluso en los mejores tiempos, con presupuestos aparentemente ilimitados, las empresas tuvieron dificultades para transformarse digitalmente. Según un estudio reciente de McKinsey, el 84% de los encuestados afirma que las transformaciones digitales de sus organizaciones no han mejorado el rendimiento ni les han equipado para mantener los cambios a largo plazo.
En la nueva normalidad, este tipo de métricas no sólo son insostenibles, sino que son inaceptables. Se vigilará de cerca cómo y en qué gastan el dinero las empresas. La innovación no puede acabar, pero los presupuestos asignados a la innovación se vigilarán de cerca.
La mayoría de los proyectos de transformación digital previstos a principios de 2020 se han revisado drásticamente, si no se han desechado del todo. Las prioridades anteriores son un recuerdo lejano y han surgido otras nuevas. A medida que las empresas resurgen tras el cierre de las operaciones normales como resultado de la COVID-19, el control de los costes es la nueva prioridad.